El cerebro enamorado

Podemos enamorarnos locamente en muy pocos días, pero al cerebro le lleva mucho más tiempo sentir esa emoción tan genuina a la que llamamos amor. Voy a repasar algunas de las teorías y estudios neurocientíficos que se han centrado en ver qué ocurre en nuestro cerebro cuando estamos enamorados o nos sentimos fuertemente vinculados a otra persona.

¿Qué es el amor?

Hay muchos tipos de amor. Puedes querer a tu familia, amigos, a tu país, a tu ciudad, a tu perro o gato o incluso a objetos a los que por supuesto podemos apegarnos también. Pero cuando se trata de lo que llamamos amor romántico, estamos hablando de algo sustancialmente diferente. Con frecuencia se piensa que el amor romántico es parte de una estrategia reproductiva propia del ser humano, y que está conectada por supuesto con los impulsos sexuales. Pero también es una estrategia de supervivencia más allá de la reproducción en sí misma. Tan simple como que cuando alguien nos quiere es bastante más probable que esa persona nos ayude y nos proteja si fuera necesario, algo que aumenta las garantías de supervivencia.

Algunas de las definiciones de amor que me parecen más razonables son la de que “es un deseo de unión emocional con otra persona”, o también que “es una fuerte atracción que te hace querer pasar tiempo con alguien”. El amor romántico también incluye ese amor más maduro que llega cuando la pasión ya no está tan presente pero queda una especie de sentimiento profundo y satisfactorio de compañía entre dos personas.

Es importante aclarar ya que el amor es considerado una emoción compleja que está formada por muchas otras emociones simples o básicas. Así que en la literatura científica no se nombra el amor para hablar de una sola emoción, como haríamos con otras como el miedo, la sorpresa, o la tristeza. La emoción del amor es a la vez muchas emociones.

Explicaciones iniciales evolucionistas

Voy a continuar con una de mis autopreguntas más recurrentes: ¿Cuales son las explicaciones evolucionistas que se han planteado para el amor como emoción?

Antes de contestar, voy a nombrar aquí a Helen Fisher, que es una antropóloga y bióloga estadounidense, investigadora y autora de varios libros y artículos, tal vez el más conocido sea su libro “Anatomía del amor”. Helen lleva 30 años estudiando el amor romántico desde un punto de vista científico, y en mi opinión aporta ideas novedosas y brillantes para analizar este fenómeno.

Helen Fisher

Helen Fisher

Vamos al tema de la perspectiva evolucionista. Se piensa que los circuitos cerebrales para el amor romántico son una evolución de lo que llamamos atracción animal, que es una especie de sistema inherente a nosotros mismos que nos hace sentir atracción por unas personas más que otras, y que está relacionado por supuesto con la reproducción y la supervivencia de la especie.

Pues bien, se calcula que hace aproximadamente 4 millones de años, nuestros ancestros se vieron obligados a bajar de los árboles como forma de sobrevivir, de manera que empezaron a estar erguidos y mantenerse sobre dos pies en vez de cuatro. Las mujeres comenzaron a llevar los bebes en brazos y no sobre la espalda. Y justo esta circunstancia hizo que necesitaran (o mejor dicho) que tuvieran más posibilidades de sobrevivir y cuidar a su cria si el hombre le ayudaba permanentemente a protegerse de los peligros que le rodeaban, como por ejemplo de otros depredadores. Este es uno de los principales argumentos que nos lleva a pensar que los circuitos cerebrales de esa atracción más animal evolucionaron al amor romántico, como una especie de mecanismo que genera fuertes sentimientos de vinculación, de compañerismo y de colaboración.

Parece que esta vinculación ocurre de una forma muy natural para el cerebro de manera que ni somos muy conscientes de cuándo esta ocurriendo. En gran medida estamos precableados para engancharnos afectivamente a otras personas especialmente cuando se trata de cuidar y criar a nuestros hijos. De hecho parece que esto de emparejarnos y vincularnos formando una familia es una característica muy humana que lo cierto es que no se da en el 97% de mamíferos.

Sistemas cerebrales

El circuito cerebral que se activa para el amor se asemeja además al de otras sensaciones básicas como la sed o el hambre, y suelen localizarse en diversas áreas cerebrales aunque especialmente en estructuras cercanas al sistema límbico, al que siempre se le responsabiliza de monitorizar los impulsos más relacionados con la supervivencia.

Imagen del sistema límbico

Imagen del sistema límbico

Si hilamos un poco más fino, vemos que hemos desarrollado tres sistemas cerebrales relacionados con la reproducción y el apareamiento: (1) el impulso sexual, (2) los sentimientos de enamoramiento, y (3) un sentimiento de amor más profundo y duradero.

En general, las cosas ocurren de la siguiente forma: Primero puede ser que haya una química y atracción física entre dos personas, entonces paulatinamente y si hay correspondencia claro podrían empezar a enamorarse, y finalmente construirían ese vínculo más permanente que se prolonga en el tiempo. A pesar de lo cual puede pasar que ocurra en el otro sentido, primero dos personas se vinculan en una relación de amistad y tiempo después surge el amor. 

Hay una alta probabilidad de que cualquiera de esas opciones ocurran con esas personas con las que compartimos momentos a diario, bien porque son compañeros de trabajo, o de clase, o porque pasamos tiempo al estar en nuestro grupo de amigos, o al coincidir en alguna actividad o deporte que practicamos. El hecho de compartir momentos juntos y vivir estas situaciones puede ayudar a que aprendas a respetarlo, incluso a admirarlo, empezando a desarrollar poco a poco una vinculación afectiva, sin estar aún enamorado de esa persona.

¿Puede ser adictivo el amor?

En los estudios del equipo de Helen parece que hay dos zonas del cerebro que funcionan a pleno rendimiento cuando sentimos que nos enamoramos que empezamos a estar atolondrados y tenemos esas mariposas en el estómago.

Imagen del cerebro medio

Imagen del cerebro medio

En primer lugar, el área tegmental ventral que está situada en el cerebro medio es la que manda en el circuito del refuerzo, también lo llamamos sistema de recompensa, que se encarga de las sensaciones de placer y de la motivación. En este área se produce en grandes cantidades un neurotransmisor que muchos conocéis, la dopamina, responsable de los subidones que nos dan energía o capacidad para concentrarnos. Y en cuanto al enamoramiento, está relacionada con la necesidad de estar permanentemente con esa persona por la que sientes atracción. Curiosamente, este circuito también se activa con ciertas adiciones a sustancias, como cuando se tiene el mono de una nueva dosis de cocaína. Por aquí va de hecho una de las conclusiones del equipo de Helen. El estado de enamoramiento es como una especie de enganche, de adicción a esa persona deseada. Es una adicción que ocurre de forma natural sin necesidad de tomar ninguna sustancia química, y desde luego se puede ver como una adicción sana si la relación con esa persona no conlleva problemas por supuesto.

Imagen del núcleo caudado en el área del cuerpo estriado

Imagen del núcleo caudado en el área del cuerpo estriado

En segundo lugar, la otra zona involucrada en este fenómeno, es el núcleo caudado, que es parte de un área cerebral llamada cuerpo estriado que está en el telencéfalo. Se piensa que especialmente en esta zona es dónde se integran esta sensación de atracción por la persona amada y todos los pensamientos y otras emociones complejas que sentimos hacía esa persona

El núcleo caudado también es parte del sistema de recompensa del cerebro, y esta conectado con la corteza frontal, ya sabéis esta parte del cerebro evolutivamente más reciente en desarrollarse.

Como ya os conté cuando os hablé sobre granularidad emocional, no hay ninguna parte del cerebro que trabaje por su cuenta, que trabaje sola, y en el fenómeno del amor pasa lo mismo. En este caso la teoría que propone Helen es que en el núcleo caudado es donde se ensambla todo y se genera la intensa emoción que llamamos pasión romántica.

Parece entonces que la activación de estas dos áreas cerebrales en el enamoramiento tiene que ver con el sistema de recompensa del cerebro que funciona sobre todo con dopamina; y con la idea de que no es sólo una emoción o un conjunto de emociones mezcladas, sino que es principalmente una fuerza o motivación para conseguir una recompensa, ni más ni menos que la elección de la pareja con la que compartir tu vida y tal vez tener hijos.

El impacto de la tecnología sobre el amor

Hay gente que dice que las apps o servicios tipo Tinder están cambiando también la forma que tenemos de ver las relaciones de pareja, que la tecnología está cambiando el amor. Pero hay que recordar que el fenómeno del amor está incrustado en nuestros circuitos cerebrales y no puede cambiar tan fácilmente. Lo que sí parece que está cambiando es que está claramente modificando lo que llamamos cortejo. En realidad Tinder no es un servicio de citas como las antiguas agencias matrimoniales, es una red social que permite conocer gente, y luego cada uno por supuesto decide con quién habla más y si finalmente deciden tener una cita. Así que aunque la app ayuda mostrándote aquellas personas que puedan tener afinidad contigo, el verdadero algoritmo sigue estando en tu cerebro. Lo relevante son esas conversaciones iniciales en el chat, y por supuesto el primer café en el que procesas cientos de datos de la persona que tienes delante:  comienza el cortejo y la seducción mutua si se da el caso, como siempre ha ocurrido en el homo sapiens.

Experimentos

Voy a contaros ahora uno de los experimentos que han llevado a cabo para estudiar el fenómeno del amor. El equipo de investigación de Helen puso a una muestra de 100 personas locamente enamoradas en un escáner cerebral de resonancia magnética funcional. Se dieron cuenta que aquellos que llevaban menos de 8 meses locos de amor mostraban una alta actividad cerebral en las zonas relacionadas con el amor romántico. Aquellos que ya llevaban enamorados entre 8 y 17 meses mostraban también una alta actividad en regiones asociadas a los sentimientos de fuerte vinculación. Esto puede señalarnos que aunque podemos enamorarnos rápidamente de alguien, nos llevará seguramente más de un año vincularnos emocionalmente de una forma más profunda con esa persona.

Una de las partes más divertidas de los experimentos que realizaron fue en un estudio con personas que sufrían epilepsia. Sabéis que algunas de las intervenciones que se llevan a cabo implican abrir el cráneo y manipular el cerebro con electrodos y así estimular áreas específicas. Pues parece que cada vez que estimulaban el área del núcleo caudado, recordad que es responsable del impulso del deseo y atracción hacía otra persona, uno los pacientes se giraba y le decía al doctor: “Te quiero”.

¿Podemos predecir cuales de estos enamoramientos acabarán en un amor mas duradero?

Pues parece que la respuesta es que con bastante probabilidad sí. Gracias a las pruebas de neuroimagen podemos predecir quiénes seguirán amándose durante años. Esta es la historia: En un estudio dirigido por Mona Xu (que es profesora de Psicología de la Universidad de Idaho), pudieron comparar los escáners iniciales de parejas cuando se enamoraron y comprobaron cuales de esas parejas seguían amándose tres años después. Las pruebas iniciales de los que continuaban juntos comparándolas con aquellas parejas que habían roto, parece que mostraban algunas diferencias interesantes:

Mona Xu

Mona Xu

Primero: Los escáners de las parejas que seguían juntos mostraban algunas áreas cerebrales desactivadas. Se trataba de aquellas zonas que están relacionadas con los juicios de valor negativos que hacemos de los otros. Así que es cómo que estas funciones estaban suspendidas, algo que los terapeutas de pareja saben bastante bien. Hace tiempo que observamos que uno de los elementos necesarios en parejas que superan los problemas y se mantienen juntas con una fuerte vinculación es rebajar las críticas hacía el otro y mostrar un cierto grado de admiración y respeto. Estas parejas que se mantenían unidas mostraban tres años después un alto grado de satisfacción con el otro y de compromiso en la relación, un factor clave señalado en innumerables manuales de psicología que abordan las relaciones de pareja.

Segundo: Las pruebas de neuroimagen también mostraron baja actividad en regiones del cerebro relacionadas con el yo, el concepto más individual de nuestra autoimagen. El problema de los escáneres cerebrales es que hay que interpretarlos y por supuesto que es debatible el significado que le demos a este dato. El grupo de Helen sugiere que en estas parejas la desactivación de estas áreas quizás muestra otro hecho relevante: que se diluye la individualidad y se aumenta la percepción del otro como parte de uno mismo. Este fenómeno puede explicar por qué en una relación de pareja sólida a veces se priorizan las necesidades del otro por encima de nuestros deseos, preferencias o necesidades. Otro factor que sistemáticamente se encuentra en parejas duraderas que muestran un alto grado de compromiso y satisfacción.

¿Desaparece el amor con el tiempo?

El romance inicial suele desaparecer. Cuando las parejas llevan dos o tres años juntas, la novedad se diluye en gran medida. En ese momento ya no hay mariposas en el estómago y eso hace que algunos se preocupen o interpreten que algo no va bien, que ya no es como el principio. Y aquí es cuando las parejas que sobreviven entran en esa nueva fase en la que se genera un vínculo más sólido, ese que de verdad sienta las bases para que una pareja sea estable, para que haya un amor duradero que resista todos los problemas que suelen surgir en la vida, e incluso atravesar etapas de nuevo románticas como al principio. 

¿Cómo podemos aumentar la satisfacción en nuestra relación de pareja?

Volvemos a la dopamina, porque sabemos que el amor aumenta los niveles de este neurotransmisor relacionado con los circuitos cerebrales de la recompensa o el refuerzo. Y la dopamina se alimenta de novedad, algo que al desaparecer por completo puede hacer peligrar la satisfacción en la relación de pareja. ¿Así que cuál podría ser uno de los secretos? Pues aumentar nuestros niveles de dopamina planteando nuevos retos en la pareja, cambiar algunos hábitos, meter algo de sorpresa y renovar la relación en definitiva con nuevas experiencias. No tienen que ser grandes cosas: pasear por un sitio nuevo, probar a compartir alguna afición diferente, cambiar alguna vieja rutina o dedicar un rato a probar nuevos juegos para los momentos de ocio. 

No creo que a nadie le sorprenda esta idea de introducir novedad en la relación como forma de aumentar la satisfacción. Por supuesto que hay muchas más estrategias que conoceréis por la cantidad de libros escritos sobre el tema, y también por estar en boca de psicólogos, coachers e influencers.

En mi experiencia como terapeuta de pareja tal vez destacaría 3 claves que me resultan especialmente útiles para ayudar a superar situaciones de crisis:

  • Recuperar el respeto y la admiración por lo valioso que pueda tener tu pareja, fijándote en aquellas cosas que todavía puedas aprender de él o de ella.

  • No esforzarse por convencer al otro sobre tu forma de ver las cosas, sobre todo porque aunque sea necesario llegar a acuerdos sobre muchos temas, no hace falta que tengáis la misma visión en todo para funcionar bien como pareja.

  • Dedicar tiempo a hacer planes de futuro, a pensar y hablar sobre proyectos que os hagan ilusión, uno de los pegamentos más efectivos para sentirse un equipo que va en el mismo barco.

Y poco más, me resisto a daros muchos más consejos aunque algunos lo estéis deseando. Entre otros motivos porque los psicólogos no sabemos tantas cosas a ciencia cierta como a veces pretendemos, y porque me parece más constructivo que cada uno se encargue de analizar lo que necesita en su relación de pareja para ser feliz. Para situaciones más complejas y si fuera necesario, acudid a un buen terapeuta de pareja.

Notas

Para conocer más a Helen Fisher puedes ver la wikipedia o su propia web: www.helenfisher.com. Su libro más conocido: “Anatomía del amor: Historia natural de la monogamia, el adulterio y el divorcio”. Mona Xu se dedica a la Psicología Experimental y está especializada en relaciones románticas.

Granularidad emocional

Tengo que empezar haciendo un repaso del concepto de Inteligencia Emocional, que no es más que un constructo psicológico que se suele describir como una destreza que nos permite conocer y manejar nuestras propias emociones, también interpretar o enfrentar las emociones de los demás, sentirnos satisfechos y ser eficaces en la vida a la vez que crear hábitos mentales que favorezcan nuestra propia efectividad en las tareas que llevamos a cabo en el día a día.

Las bases o pilares sobre los que se planteó la inteligencia emocional, hace ya más de 20 años, eran dos conceptos que todos asumimos por parecer de sentido común:

Primero, que las emociones aparecen de forma automática como consecuencia de todas las cosas que nos ocurren en nuestras vidas, y que a través de la razón podemos finalmente aprender a controlarlas, aprender a domar esa parte salvaje. Se utiliza con frecuencia la metáfora del jinete y el elefante, donde el jinete es la razón y el elefante la parte más emocional, para explicar cómo el jinete debe guiar los pasos del elefante.

Segundo, que es posible detectar las emociones de los demás con una cierta precisión. Es la idea de que nuestra cara y cuerpo muestran nuestro estado emocional, si estamos contentos, tristes, enfadados o asustados. Y que de hecho si prestamos suficiente atención podemos leer esas emociones de los demás como si se tratara de un libro abierto.

Estos dos principios están más que asumidos como una realidad, al menos en la cultura occidental. Tanto es así que incluso en muchos sistemas judiciales se contemplan los crímenes pasionales como una especie de secuestro de la emoción sobre la razón, algo que sirve de atenuante, frente a otros crímenes más planificados y calculados que no cuentan con esa indulgencia. También en economía se suelen diferenciar la parte emocional de la cognitiva en las decisiones que implican inversión de dinero. Y en nuestra vida cotidiana con frecuencia es un modelo mental que usamos para decidir si confiar más o menos en las personas que nos rodean: si actúan por emociones podemos disculpar más fácilmente una conducta que si le atribuimos intencionalidad y planificación. En algunos artículos anteriores os he hablado de toda esa teoría que habla de dos sistemas cognitivos, el frio y el caliente, que en gran parte se apoya en el concepto clásico de la emoción.

En ese sentido, hoy en día, muchos neurocientíficos siguen viendo al fenómeno de las emociones como la parte primitiva de nuestro cerebro. Y esta especie de batalla entre la razón y la emoción ha sido una de las grandes narraciones de la civilización occidental. Es la idea de que la razón es lo que nos separa de los animales.

Hasta aquí algunas de las ideas básicas sobre lo que creíamos que sabíamos acerca de las emociones. Y ahora es cuando os cuento que en los últimos años estamos asistiendo a un cambio de paradigma que rompe con muchas de estas ideas. La cabecilla de la revuelta es Lisa Feldman Barrett, profesora de psicología, neurocientífica y superinvestigadora: es considerada la mente más privilegiada en el estudio de las emociones desde Darwin. Figura entre ese 1% de autores más citados en revistas científicas. Aunque en las notas enlazaré a algunos de sus trabajos, recomiendo la lectura de su libro “La vida secreta del cerebro”, además de ver su genial charla Ted de 2018 en la que explica gran parte de sus hallazgos.

Aunque no os lo creáis, son muchas las investigaciones que indican cómo    que se repita en diferentes personas y culturas. Además de esto, cada vez más neurocientíficos plantean claramente que el cerebro no tiene procesos diferentes para las emociones y las cogniciones, y por tanto uno no puede tener control sobre el otro. La cuestión es que nuestra experiencia subjetiva con las emociones parece que no refleja la biología de lo que ocurre dentro. 

Voy a intentar contaros lo que parece que vamos averiguando en 2020 sobre cómo funcionan de verdad las emociones, así que vamos a empezar por actualizar de forma radical gran parte de las ideas que seguimos asumiendo acerca de la inteligencia emocional.

Vamos con la idea de que podemos detectar las emociones en los demás de una forma más o menos precisa. Parece una idea razonable así de entrada, de un vistazo podemos ver el lenguaje corporal de otra persona para adivinar cómo se encuentra. Una sonrisa no significa lo mismo que una mirada perdida, ¿no? Los brazos hacía abajo y la cara mirando al suelo creemos que indican tristeza mientras que los brazos abiertos y la cara hacía arriba indicaría un mejor estado de ánimo. Uno de los problemas es que en la vida real las cosas no son así de claras con frecuencia. Hay personas felices que a veces sonríen y a veces no. Podemos llorar de alegría, y sonreír cuando estamos tristes. Alguien con mala cara podría estar enfadado, cansado o solamente tener una digestión pesada. Poca gente sabe que no hemos encontrado ninguna emoción que tenga una expresión corporal y facial específica y que se repita de forma consistente. Lo que en investigación se llaman las huellas dactilares de las emociones.

Así que en muchas ocasiones la mejor forma de detectar las emociones de los demás no es observar la expresión de su cara o de su cuerpo. Son muchos los estudios que han confirmado todo esto que os cuento. Una de las cosas que se suele hacer en los experimentos es colocar electrodos en la cara de los participantes para registrar los movimientos de los cientos de músculos faciales que conforman nuestra expresión. Y lo que observan es que se mueven de formas muy diferentes, no de una manera consistente, cuando los propios sujetos experimentales dicen sentir una misma emoción. Por ejemplo cuando estamos preocupados, se ha visto repetidamente cómo el cuerpo no muestra una respuesta única y consistente, sino una diferente frecuencia cardíaca, ritmo respiratorio, presión arterial, sudoración, e incluso expresión facial.

También hemos visto que en el cerebro, cuando ocurre una misma emoción, como el miedo, se activan patrones diferentes en cada ocasión, tanto en una misma persona como entre diferentes personas. Esta diversidad de respuestas no es algo aleatorio, sino que parece que la expresión de emociones está muy asociada a la situación en la que estás en cada momento. En resumen, cuando se trata de leer emociones en los demás, la cara y el cuerpo no son necesariamente el espejo del alma. En cambio, la variedad es más bien la norma.

Es cierto que parece haber una diferencia entre interpretar a personas que ya conocemos bien y el resto de personas. Los años de experiencia aprendiendo lo que significan las caras que pone tu pareja en diferentes situaciones sí nos ayudan a ganar bastante precisión en todo esto de detectar emociones en los demás. Pero es una teoría que elaboramos para una persona y que no tiene por qué ser aplicable a otra.

La segunda idea que damos por cierta es que las emociones se pueden controlar a través de la razón. Las emociones suelen verse como esa bestia interior que necesita ser domesticada por nuestra parte más racional. Sin embargo, para cada vez más científicos esta idea nace de una visión falsa o errónea sobre nuestro cerebro y su evolución. Artículos y libros que hablan sobre inteligencia emocional explican cómo nuestro cerebro tiene una parte más primitiva, el cerebro reptiliano, otra capa emocional más propia de los mamíferos, y por último la parte más desarrollada del cerebro que hace de centro de control lógico y que es propio del homo sapiens. A este modelo de 3 capas se le denomina el cerebro triúnico, y se hizo popular a mediados de siglo pasado. Y sin embargo, no hay ninguna base científica para seguir afirmando que el cerebro ha evolucionado en capas, como desde la geología se puede argumentar de la superficie de nuestro planeta Tierra.

Entonces ¿de qué otra forma se puede ver? Pues sería más parecido al funcionamiento de una empresa o de una familia, conforme va creciendo y aumentando el número de empleados o de miembros, se va reorganizando. Después de décadas de investigación en neurociencia, una de las cosas que sabemos con bastante claridad es que no hay zonas específicas dedicadas a los pensamientos o a las emociones. Las dos cosas están producidas por todo tu cerebro y millones de neuronas trabajando a la vez. 

La diferencia entre tu cerebro y el de un chimpancé no tiene tanto que ver con tener una capa de corteza más desarrollada evolutivamente sino con el diferente cableado de las neuronas.

Así que el cerebro crea todos los pensamientos, emociones y percepciones sobre la marcha, según sea necesario. Es un proceso automático de construcción orientado únicamente a mantenerte con vida, en buen estado, como para desarrollarte cuando eres joven y finalmente tener la opción de reproducirte y perpetuar la especie. Y esta es la idea más importante: la manera en la que tu cerebro hace eso es prediciendo continuamente su entorno. Y estas predicciones se acaban convirtiendo en lo que tú sientes y en las expresiones que percibes en los otros. 

Vamos a explicar todo esto bien: Imaginaros que estamos en una habitación oscura recibiendo datos de diferentes sensores… olfato, vista, oido, tacto, gusto, y añadamos más sensores propioceptivos para detectar nuestro propio movimiento y equilibrio, junto con muchos más sensores internos para detectar nuestra propia temperatura, sudoración, respiración, frecuencia cardíaca, etc. Nuestra función con todos esos datos entrando sin parar dentro de esa habitación oscura es la de adivinar qué está ocurriendo para permanecer vivos. Tenemos un ordenador con un app de base de datos para ir apuntando toda la experiencia que vamos aprendiendo de esas señales, lo que significan, cómo de peligrosas son, de placenteras, o si no parecen en absoluto relevantes. Bienvenidos a vuestro cerebro, esa masa de neuronas encerradas a oscuras en el cráneo.

Todas nuestras experiencias son predicciones que hemos ido construyendo de lo que hay en el mundo exterior. Y para hacer esas predicciones tu cerebro se basa en la experiencia previa, en lo que ha ido anotando en la base de datos, qué te sirvió y qué no en una situación similar y te puede ser útil de nuevo.

Así que con este nuevo paradigma, las emociones son conjeturas que hacemos al instante para predecir nuestro entorno. No es una app que ya venga instalada en el ordenador, no son innatas, se construyen por nuestra experiencia.

Hacemos conjeturas, adivinamos patrones sobre lo que nos rodea (por ejemplo: si vemos un dibujo con diferentes manchas y nuestro cerebro busca alguna relación con alguna experiencia pasada que nos dé pistas sobre lo que estamos viendo). Y ante las mismas sensaciones físicas internas también podemos construir emociones diferentes, dependiendo de la situación. Así que las emociones que creemos que nos suceden, son en realidad una construcción.

Construir teorías y hacer predicciones es lo que hacemos continuamente, una de las tareas más fundamentales del cerebro, y es algo que ocurre rápido, sobre la marcha. Por tanto, el cerebro no reacciona el mundo que le rodea, sino que hace predicciones y construye nuestra experiencia del mundo. 

Pensemos ahora en cómo interpretamos las emociones de otros. Nuestra interpretación sobre cómo se sienten los demás es una pura predicción. Cuando miramos a alguien a la cara creemos poder entender o adivinar cómo se siente, leer las emociones por sus expresiones faciales. Pero en realidad, nuestro cerebro esta haciendo predicciones, está usando experiencias pasadas basándonos en situaciones similares para intentar darle un sentido. Así que las emociones que creemos ver y detectar en otras personas, realmente vienen en gran parte de nuestra experiencia previa. La forma en la que experimentamos nuestras propias emociones ocurre exactamente por el mismo proceso. Nuestro cerebro hace conjeturas y predicciones que construye en el momento con la participación de millones de neuronas trabajando al mismo tiempo.

Según las últimas investigaciones, parece sin embargo que el cerebro sí que viene precableado para sentir algunas sensaciones fisiológicas que vienen del cuerpo.

Cuando nacemos tenemos sensaciones simples de calma o nerviosismo, comodidad o incomodidad, etc. Pero estas sensaciones simples no son emociones. En realidad son más bien como una aplicación en el cerebro que monitoriza todo el tiempo cómo está nuestro cuerpo. Son los datos de los sensores que nos dan información sobre temperatura, dolor, tensión, placer, etc. Pero esa información es muy básica, y debe ser interpretada por nuestro cerebro atendiendo a muchos más factores, como el contexto en el que estamos, lo que estamos haciendo, nuestra experiencia previa, ... básicamente para saber qué hacer con esas sensaciones y si dispara las alarmas o no.

Más de una vez os he hablado de las reacciones de alerta que evolutivamente nos han ayudado a sobrevivir, que se activan de una forma casi instantánea, y ahora podemos empezar a ver que muchas de esas reacciones que pensábamos que eran poco modificables por ser parte de nuestro cableado evolutivo, pueden ser modificadas si hacemos otro tipo de predicciones al tener la sensación.

Es lo que ocurre en terapia cuando abordamos muchos problemas de ansiedad (como reacción fisiológica de peligro). Ofrecemos un marco de interpretación diferente, otras explicaciones, para que la construcción a esas sensaciones no sea de alarma y se pueda desactivar ese nerviosismo, ignorarlo como forma de que desaparezca, o interpretarlo como una señal fisiológica que nos prepara para actuar ante una situación desafiante, como puede ser un examen o una charla en público.

Cuando en una situación en la que sentimos ciertas sensaciones físicas como palpitaciones o el estómago dando vueltas, cambiamos nuestra interpretación, estamos ayudando a que en siguientes ocasiones nuestro cerebro haga otras predicciones menos alarmantes, de forma que estamos cambiando nuestra experiencia emocional, la estamos construyendo nosotros. En el sentido opuesto, si antes de un examen, hacemos la predicción de que vamos a bloquearnos de nuevo y quedarnos en blanco, en cuanto aparezcan esas primeras sensaciones físicas vamos a disparar aún más la ansiedad. A este efecto se le suele llamar profecía autocumplida o efecto nocebo (del que hablé en un artículo anterior).

Este es uno de los motivos que pueden explicar por qué funciona tan bien la visualización positiva en deportistas de élite, que hacen habitualmente ejercicios mentales en los que imaginan con todo lujo de detalles cómo será su carrera perfecta en el caso de atletas, algo que impacta en las predicciones que su cerebro hará durante la misma carrera.

Uno de los problemas más típicos bajo mi punto de vista, es sobreinterpretar, hacer más predicciones de la cuenta. Que tengamos sensaciones físicas a las que atribuyamos un significado más dramático o relevante de lo que realmente es. Podemos tener sensaciones de angustia, nerviosismo, incomodidad, palpitaciones, mareo, sudoración, por causas meramente físicas, como hambre, deshidratación, cambios hormonales, cansancio, falta de descanso por dormir mal... y hacer la interpretación de que se debe a que empieza otro día más de agobio, o que es una muestra de infelicidad, de que algo no va bien, o de que aún no has superado la ruptura con tu pareja, es una predicción que construye emociones de depresión o tristeza, cuando sólo había sensaciones físicas. 

Nada de esto quiere decir que con un par de estrategias mentales podamos reinterpretar un estado fuerte de depresión o ansiedad, o hacer que problemas reales a los que nos enfrentamos se conviertan en unicornios con arcoíris en nuestra cabeza. Es sólo que podemos entender que tenemos más control del que pensamos sobre muchas reacciones emocionales que tenemos ante sensaciones físicas o también frente a situaciones que nos ocurren y que interpretamos como amenazas. Cortocircuitar parte de estas reacciones tan aprendidas nos puede ayudar a reducir el sufrimiento emocional y todas las limitaciones que nos generan en nuestras vidas. Se trata de construir una experiencia diferente que cambie nuestra forma de predecir.

Y una reflexión que añado en este punto: tener más control sobre nuestras emociones también implica mayor responsabilidad. Si no podemos excusarnos en que es nuestra parte primitiva de Homo Sapiens que nos lleva a actuar automáticamente de una forma, nos convertimos en un poco más responsables de nuestras acciones. No es que seamos culpables de nuestras emociones que nos llevan a actuar de una forma, sino que la forma de actuar en un momento concreto y de hacer interpretaciones en esa situación influirán en las predicciones que nuestro cerebro hará en el futuro.

La inteligencia emocional, por tanto, requiere un cerebro que haga predicciones manejando de forma flexible un amplio rango de emociones. Si ante una situación concreta tu cerebro tiene mayor cantidad de registros pasados para identificar lo que ocurre, será más efectivo haciendo predicciones precisas. Si en cambio tu cerebro solo predice que una sonrisa significa que alguien está feliz, ese será el filtro estereotipado que aplicará y mayor será la limitación para percibir la riqueza del entorno, y posiblemente peor será tu respuesta ante esa situación. A esta habilidad se le ha llamado GRANULARIDAD EMOCIONAL.

Cómo si de granos de café se tratase, cada uno diferente del otro, la granularidad emocional nos permite ser más sofisticados interpretando las señales emocionales.

La granularidad emocional es una destreza que nos permite hilar mucho más fino, y también implica manejar un lenguaje mucho más amplio para definir las emociones: no es lo mismo estar sorprendido, que fascinado, asustado, anonadado o impactado. Para alguien con poca granularidad emocional, todos estos términos le pueden sonar a lo mismo. 

Así que la granularidad emocional podría ser la clave para aumentar nuestra inteligencia emocional. Si tu cerebro puede hacer predicciones más precisas de las sensaciones físicas de tu propio cuerpo, así como de todos los estímulos que llegan del exterior, tendrá mayor capacidad para interpretar y predecir lo que viene a continuación y por tanto cómo actuar y qué emociones construir. 

Esto tiene implicaciones interesantes sobre esa actitud de inquietud y curiosidad intelectual de la que más de una vez he hablado. Al aprender nuevas palabras, al aumentar tu conocimiento y cultura, estás mejorando tu cableado cerebral, y por tanto aumentando los recursos para construir nuevas experiencias emocionales. Cuantas más emociones conozcas, mayor precisión también para predecir las emociones de los demás.

Estas ideas son todo un apoyo a los conocidos emocionarios que se pusieron de moda hace algunos años. Libros orientados a los niños para ayudarles a identificar y poner nombre a una gran cantidad de emociones. Una buena forma de aumentar desde pequeños la granularidad emocional. Este planteamiento de que aumentar tu vocabulario emocional mejora tu granularidad  esta basado en evidencias científicas. Tu cerebro no es estático, sabemos que cambia su cableado con las nuevas experiencias. 

En terapia no es raro ver cómo una persona te intenta explicar exactamente cómo se sintió en una situación concreta, esforzándose por encontrar la palabra que mejor lo describe. En muchas ocasiones, somos nosotros los psicoterapeutas los que sugerimos exactamente la emoción que mejor refleja lo que la persona te narra. El efecto al nombrar con precisión esa sensación suele ser agradable y liberador. Por desgracia, esto deja entrever la escasa atención que se sigue prestando a la educación emocional desde que somos pequeños.

Otra área interesante relacionada con todo esto es la del aprendizaje de idiomas. Ya hablé sobre el bilingüismo en otro artículo, de sus muchas ventajas y beneficios. Las personas que manejan más idiomas tienen un mayor repertorio de palabras para describir emociones. Algunos ejemplos, en alemán existe un término para describir ese placer que podemos sentir a veces ante las desgracias ajenas de una persona a la que le tengamos manía. Lo llaman “schadenfreude”. Los filipinos utilizan “Gigil” para explicar ese fuerte deseo que podemos sentir de estrujar o apretar algo que nos parece adorable. Y los esquimales usan “iktsuarpok” para describir esa impaciencia que sentimos cuando estamos esperando que llegue alguien que deseamos ver. Conforme conocemos más términos de otras lenguas para describir emociones, más probable es que percibamos esas emociones en los demás e incluso en nosotros mismos.

Desde el Centro Yale para la inteligencia emocional publicaron resultados que apoyan todas estas afirmaciones. Las personas que construyen con mayor precisión o granularidad sus experiencias emocionales tienen ventajas añadidas. En los niños se vio que el mayor vocabulario emocional mejoraba su rendimiento académico y sus relaciones sociales. En adultos comprobaron además que presentaban mejor salud, con menor número de visitas al médico, menor uso de medicación y períodos de hospitalización más cortos.

Un último apunte importante que ya adelantaba antes. La inteligencia emocional también va de no sobreinterpretar todo en términos emocionales. Se trata de ser más preciso, e incluso pararse a pensar si se trata de sensaciones físicas sólo y no hay que sacar más conclusiones de la cuenta. No olvidemos que la mente está siempre haciendo predicciones, y a veces las predicciones son erróneas.

Hace más de dos décadas, cuando se publicó la Inteligencia Emocional de Goleman, los científicos no conocían bien este funcionamiento del cerebro mediante predicciones, y cómo las palabras moldean nuestra experiencia y los circuitos del cerebro. El concepto de granularidad emocional viene a cambiar todo eso, y gracias a Lisa Feldman contamos ahora con investigaciones que soportan estas ideas. Así es como funciona la ciencia, nuevos estudios, nuevos datos, nuevas explicaciones.

Notas

Lisa Feldman Barrett y uno de sus estudios más recientes sobre diferenciación emocional. Aquí podéis comprar su libro “La vida secreta del cerebro”, y esta es la charla TED. Para curiosear más, esta es su biografía.

Artículo de Richard Pond sobre emociones y moderación de la agresión. Todd Kashdan y cols. En su investigación sobre emociones y abuso de alcohol. Por último, Annette Stanton y su equipo en su artículo sobre el trabajo relacionando cáncer de mama y manejo de emociones.

Sesgo por ignorancia

El efecto Dunning-Kruger viene a explicar la falsa superioridad que muchas personas muestran, la sensación de que son más listas y competentes de lo que realmente son. Es un sesgo cognitivo que básicamente impide a una persona darse cuenta de su propia ignorancia y estupidez, precisamente por su baja capacidad para ser consciente de su poca capacidad intelectual. Creo que todos identificamos este fenómeno, y en más de una ocasión hemos observado como los más ignorantes son más ciegos a su propia ignorancia y a la vez creen tener suficientes datos sobre un tema para opinar con criterio. Hay un refrán español que lo clava: “la ignorancia es atrevida”.

El nombre de efecto Dunning-Kruger proviene de los dos autores que lo describieron e investigaron. Se trata de David Dunning y Justin Kruger, especializados en psicología social. En su estudio original del año 1999 publicado en «The Journal of Personality and Social Psychology» plantearon cuatro experimentos a partir de las cuales describieron el fenómeno. En su estudio, los sujetos experimentales que peores puntuaciones obtuvieron en pruebas de gramática, lógica, e incluso sentido del humor, también tendieron a sobreestimar cómo de bien lo habían hecho. Los resultados reales les situaron de media en el percentil 12, siendo lo más bajo 0 y 100 lo máximo, mientras que ellos estimaban que su puntuación se encontraba en un percentil 62. 

En el primero de los los experimentos, centrado en medir las habilidades sociales, se les pidió a los participantes que puntuaran cómo de graciosas eran para los demás diferentes bromas que tenían que leer en un cuestionario. El sentido del humor es un área que requiere una cierta sofisticación, especialmente identificar y saber qué es lo que los otros pueden considerar divertido. Implica lo que llamamos un conocimiento tácito acerca de los gustos de otras personas. Y justo aquellos participantes que apenas eran capaces de determinar lo que el resto encontraban divertido, eran los que a su vez consideraron que eran buenos determinando lo que es gracioso y lo que no.

Las personas más incompetentes, no sólo son incompetentes, sino que son incapaces de identificar su propia incompetencia, precisamente porque son incompetentes.

Las personas más incompetentes, no sólo son incompetentes, sino que son incapaces de identificar su propia incompetencia, precisamente porque son incompetentes.

Este efecto puede explicar por qué en ocasiones los estudiantes con malas notas suelen estar convencidos de que se merecían una puntuación mucho mejor. Así que sobreestiman su propio conocimiento de una materia o habilidad haciendo algo, siendo incapaces de darse cuenta de su incapacidad.

Otro factor es que son incapaces también de ver las destrezas y competencias de los demás, motivo por el cual ellos se ven repetidamente como mejores, más listos y sabiondos que el resto de seres humanos.

El propio David Dunning afirmó posteriormente que en contra de lo esperado, la incompetencia no hace que las personas se sientan más confusas, perdidas o incluso prudentes; sino que en ocasiones sienten un exceso de confianza, con la fantasía de poseer un profundo conocimiento sobre una materia. 

Todo esto puede sonar muy cómico, pero tengo que deciros que este fenómeno psicológico puede tener un fuerte impacto en lo que la gente cree, las decisiones que toman, o los riesgos que asumen durante su vida. Si pensamos que ya tenemos un conocimiento suficiente sobre una materia, como que sentimos que lo controlamos bastante, difícilmente vamos a seguir curioseando más, mostrándonos abiertos a contrastar nuestras ideas y seguir aprendiendo. Y pienso que este es uno de los mejores motores para seguir progresando en la vida, algo insertado además en el pensamiento científico, que nos empuja a seguir haciéndonos preguntas aunque provisionalmente tengamos respuestas o teorías sobre las diferentes materias.

Algunas implicaciones prácticas que puede tener este sesgo por ignorancia, es el de elegir mal los estudios que vas a llevar a cabo por pensar que ya sabías suficiente acerca de la carrera, o por sobreestimar tus capacidades para embarcarte en la misma. O pensemos en otros ejemplos como arrancar un negocio o aceptar un cargo más importante en la empresa como un inconsciente, eso sí, que se siente con el conocimiento y la capacidad para gestionarlo.

Algunos conoceréis el famoso principio de Peter, que viene a hablar sobre las jerarquías en las empresas, y dice que “…todo empleado tiende a ascender hasta su máximo nivel de incompetencia”. La idea es que las personas que hacen bien su trabajo son promocionadas a puestos de mayor responsabilidad hasta llegar a un punto en el que no promocionan más precisamente porque son incompetentes para realizar esas funciones. Hay algunas fuentes que hablan también sobre cómo José Ortega y Gasset ya en la década de 1910 planteaba que todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediatamente inferior porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes.

Subir de planta y de puesto en una empresa no parece buena idea si acabas llegando a tu máximo nivel de incompetencia. El principio de Peter nos da pistas sobre cómo funcionan los sistemas jerárquicos.

Subir de planta y de puesto en una empresa no parece buena idea si acabas llegando a tu máximo nivel de incompetencia. El principio de Peter nos da pistas sobre cómo funcionan los sistemas jerárquicos.

Volviendo al efecto Dunning-Kruger, en otro de los experimentos, más centrado en medir habilidades intelectuales y no sociales como el anterior, les pidieron que completaran una prueba más objetiva, un test con preguntas que requerían razonamiento lógico. No sólo podían medir el desempeño de cada participante sino que además les preguntaban al principio cómo de buenos se veían en relación a sus compañeros, y al finalizar de contestar las preguntas tenían que estimar cuántas creían haber acertado. De esta forma no sólo medían la competencia de cada uno en una prueba de lógica, sino la percepción de cada participante sobre la misma, en relación al test y por comparación con los demás. Los resultados… Pues en general todos los participantes tendían a sobrestimar su capacidad para el razonamiento lógico en relación a los demás, pero especialmente aquellos con peores resultados fueron los que calcularon que su desempeño iba a ser superior al del resto de compañeros. 

También encontraron que a pesar de que las mujeres obtuvieron resultados similares a los hombres en una prueba sobre ciencia, en general infravaloraban su capacidad para hacerlo bien al pensar que tenían una menor habilidad para el razonamiento científico. Los investigadores encontraron además que seguramente por esta misma creencia, las mujeres tendían a negarse en mayor medida a apuntarse en concursos de preguntas y respuestas relacionadas con la ciencia.

Y en otro experimento muy divertido, preguntaron a los participantes cómo de familiarizados estaban con diferentes términos y conceptos relacionados con: política, geografía, física, o biología. Lo gracioso del asunto es que introdujeron unos cuantos conceptos totalmente inventados por los investigadores. Y como el ser humano es así, ni más ni menos que el 90% de los participantes afirmaron tener una idea acerca de lo que significaban estos conceptos (que ellos no sabían que eran inventados claro). Y consistente con los resultados anteriores, aquellos que dijeron controlar más los temas, como decía, política, biología, etc., era más probable que también afirmaran estar familiarizados con las palabras sin sentido que habían introducido en el experimento. El propio Dunning decía que el gran problema de la ignorancia es que se puede parece mucho a la sensación de maestría. 

En mi proceso de preparación de este episodio, he encontrado a varios autores que califican al efecto Dunning-Kruger como la relación entre la estupidez y la vanidad. Lo que me parece muy acertado. Y os digo también que este efecto no describe sólo una condición patológica, por si acaso todo esto os recuerda a algún personaje especialmente narcisista que haya pasado por vuestras vidas. En realidad este efecto describe una de los muchos aspectos relacionados con la condición humana. 

Digamos que en cierta medida todos podemos mostrar este sesgo en temas en los que especialmente no tenemos ni idea, porque es atribuido a una inhabilidad metacognitiva del sujeto de reconocer su propia ineptitud.

Cuanto menos sepas, menos capaz eres de reconocer lo poco que sabes y menos probable es que reconozcas tus limitaciones.

Cuanto menos sepas, menos capaz eres de reconocer lo poco que sabes y menos probable es que reconozcas tus limitaciones.

El resumen de lo que os he contado hasta ahora es que las personas más incompetentes tienden a: Sobrestimar su propia capacidad; no identificar el conocimiento o capacidad de otras personas; y a no ser conscientes de su propia incapacidad o estupidez. Es además una espiral de la que no es fácil salir. Si no sabes cuales son tus errores o tus lagunas, difícilmente te vas a esforzar por corregirlo o aprender más, algo que te deja en el mismo punto estancado y atontado por la propia vanidad.

Soy consciente de que este tema esta muy relacionado con todas las cuestiones de autoimagen que definen al ser humano. Diversas teorías hablan sobre cómo solemos aplicar un doble rasero y ser más indulgentes con nuestros errores a la vez que muy críticos con los de los demás, o bien magnificamos nuestros éxitos como grandes logros a la vez que quitamos importancia a los de los demás. Estos errores en el pensamiento  o sesgos cognitivos se producen por la propia forma en que nuestro cerebro procesa la información y siento deciros que se piensa que son imposibles de erradicar del todo.

Relacionado también con el efecto Dunning-Kruger está la escasa capacidad metacognitiva de los más incompetentes de la especie. La metacognición es esa posición mental que nos permite vernos un poco más desde arriba, con más perspectiva, no sólo para ser conscientes de aquellas áreas en las que somos unos ignorantes, sino para vernos con algo más de claridad y realismo en relación a los demás y a nuestra posición en el mundo. Y aquí de nuevo me permitís la cuña de la meditación, como práctica sencilla que nos ayuda a ser más capaces de identificar nuestros propios procesos mentales y emocionales. Así de simple.

En posteriores investigaciones vieron también que este exceso de confianza en nuestro conocimiento o habilidad, ocurre al iniciarnos en algún tema, cuando aprendemos las claves o lo más básico sobre alguna nueva disciplina y rápidamente pensamos que ya sabemos suficiente como asumir que entendemos lo importante. Recuerdo empezar a estudiar inglés de verdad con 15 años en la Escuela Oficial de Idiomas, y percibir que ya tenía el conocimiento para defenderme y controlar un poco la lengua, para ir progresivamente siendo más consciente de mi más absoluta ignorancia, llegando al momento culmen en el quinto año cuando te abruman con cientos de verbos frasales imposibles de recordar. De hecho se suele decir en relación al inglés que es “easy to learn, hard to master” ya sabéis “fácil de aprender, difícil de dominar”. Así que no es mala idea que estemos atentos a esta percepción inicial equivocada cuando empezamos a aprender algo nuevo. Los ingleses dicen en relación a este factor que “a little bit of knowledge can be a dangerous thing”, que viene a ser algo así como “un poco de conocimiento puede ser muy peligroso”.

Y hay otro sesgo o atajo mental muy propio del ser humano, en ciencia lo llamamos heurísticos. Es esa característica tan humana de construir relaciones causales, ver patrones y en definitiva nuestra mente poniendo orden en el caos que nos rodea. Sabemos que es algo que nos ayuda a tomar decisiones rápidas, generando la sensación de que podemos predecir nuestro entorno, anticipando lo que va a venir a continuación, aunque con cierta frecuencia estos patrones que vemos son arbitrarios aunque en nuestra mente veamos una causa y un efecto. El sistema cognitivo caliente, el emocional, necesita algo rápido y aproximado para tomar decisiones que aseguren nuestra supervivencia, y el sistema cognitivo frio ya se encarga con más calma de analizar y depurar cuales de esas teorías que hemos montado son medianamente razonables.  De nuevo, cuando más incompetente seas para observarte menos capacidad tendrás para revisar tus creencias acerca del mundo.

Así que todos somos susceptibles de experimentar este efecto en mayor o menor medida. Es posible también que alguien realmente experto en una materia cometa el error de pensar que su inteligencia y conocimiento se va a ver reflejada en otras áreas. En psicoterapia es frecuente encontrar autores que han publicado libros geniales a pesar de ser terapeutas mediocres, y al contrario: Un terapeuta brillante podría ser por ejemplo un mal escritor. Escribir requiere un cierto conocimiento sobre gramática y estructuras lingüísticas. Si el terapeuta ignora ese conocimiento, puede ser también ignorante de su propia incapacidad para escribir un libro que no sea infumable.

El propio Charles Darwin ya decía que: “La ignorancia frecuentemente proporciona más confianza que el conocimiento”.

El propio Charles Darwin ya decía que: “La ignorancia frecuentemente proporciona más confianza que el conocimiento”.

Así que como veis, el efecto Dunning-Kruger no siempre es sinónimo de baja capacidad intelectual. Durante años se relacionó con la más genuina estupidez e ignorancia. Pero admitamos que no es un plato fácil de digerir para nuestros intelectos que lo mismo nosotros también somos estúpidos a veces y no sólo los demás. 

Añado algo más en relación a esto último: Entonces si los incompetentes tienden a pensar que son expertos, ¿qué piensan los verdaderos expertos sobre sus propias capacidades? Dunning y Kruger vieron que son más realistas en cuanto a la percepción de sus propias capacidades, si bien encontraron que hay una tendencia a infravalorar sus capacidades en comparación con los demás. En este caso, el problema no es que estos sujetos competentes no sean conscientes de su propia competencia, sino que dan por hecho que los demás también tienen bastante capacidad y conocimientos.

En la gráfica podéis haceros una idea de cómo evoluciona nuestra confianza conforme aumentamos el conocimiento sobre una materia. A mi me valdría con estar en el punto de “esto empieza a tener sentido” en relación a unos cuantos temas.

En la gráfica podéis haceros una idea de cómo evoluciona nuestra confianza conforme aumentamos el conocimiento sobre una materia. A mi me valdría con estar en el punto de “esto empieza a tener sentido” en relación a unos cuantos temas.

Bueno y ahora la pregunta es qué se puede hacer para evitar el efecto Dunning- Kruger, o si al menos hay alguna forma de minimizarlo. Uno de los primeros pasos en mi opinión, y no soy el único que lo piensa, es algo que ya os sonará: saber más acerca de cómo funciona la mente y el tipo de sesgos que todos somos susceptibles de experimentar es el primer paso para corregir parte de estos patrones erróneos. 

Más cosas que se pueden hacer: pues efectivamente profundizar más en una materia antes de lanzarnos a opinar o posicionarnos, es otro paso adelante que nos puede llevar a ser más conscientes de todo lo que nos queda por saber sobre ese tema, de todas las sutilezas que pasábamos por alto. Y esto es básico para tener una percepción más humilde sobre nuestro verdadero conocimiento o mejor dicho, ignorancia sobre casi todos los temas. Por supuesto que quien más quien menos, tiene algún tema sobre el que controla, y en esos temas es razonable que aumente la confianza en uno mismo para permitirse hablar con mayor seguridad y determinación.

Hay varios aprendizajes que podemos sacar de todas estas reflexiones:

  • Parece interesante que no dejemos de aprender y practicar, que es justo lo contrario de conformarse y asumir que ya se sabe suficiente sobre algún tema. Conforme vamos adquiriendo más conocimiento, más conscientes seremos de lo que aún nos queda por aprender, y más puede motivar a seguir aprendiendo, al no sentirnos aún expertos.

  • Preguntar a otros cómo de bueno eres: Se trata de encontrar críticas constructivas, que aunque a veces pueden ser dolorosas, nos dan una visión muy valiosa acerca de cómo los demás nos perciben.

  • Cuestionarnos lo que creemos saber. Aunque nos esforcemos por aprender y recibir feedback de otros, es fácil caer en la trampa de fijarnos en aquello que confirma lo que ya sabemos. Muchos ya conocéis el famoso sesgo de confirmación, al que le dediqué otro artículo anterior. Pero os recuerdo igualmente lo importante que es buscar visiones que desafíen nuestras creencias. Seguid alguna cuenta en twitter de alguien que no comulgue con vuestras ideas políticas. Seguid de vez en cuando a un youtuber que os repatee por ir en contra de vuestra filosofía de vida, o hablad con curiosidad e interés genuino con aquellas personas que tengan posiciones contrarias a la vuestra sobre cualquier tema.

El COVID-19 es el tema del momento, y quien más quien menos cree  tener una opinión formada con criterio. También hay personas que se muestran prudentes y precavidas, las más sabias…

El COVID-19 es el tema del momento, y quien más quien menos cree tener una opinión formada con criterio. También hay personas que se muestran prudentes y precavidas, las más sabias…

Y termino con una reflexión personal en relación al ambiente que vivimos al menos en España en las últimas semanas a raíz de la pandemia de COVID-19. Por una parte, veo que hay expertos epidemiólogos que se muestran muy prudentes a la hora de hacer vaticinios o predicciones, en gran parte por todo lo que queda aún por investigar acerca del virus, de cómo afrontarlo, de cuál fue el origen real, etc., conscientes bajo mi punto de vista del gran desconocimiento que aún tenemos. 

Y en menor medida también y afortunadamente, algún que otro periodista, economista, político, o psicólogo que se muestra cauto y a la espera para poder analizar y tomar medidas sobre el impacto que toda esta crisis puede generar en nuestra sociedad. Sin afirmar que se va a haber una crisis mayor o menor, cómo van a ser nuestras vidas, o que se van a disparar los casos de ansiedad y miedo; porque lo cierto como decía en el artículo sobre la iatrogenia, no tenemos ni la más remota idea, son todo especulaciones, la anticiencia vamos.

Y por otro lado, lo que yo calificaría como el efecto Dunning-Kruger en masa: Tertulianos, políticos, carniceros, familiares o amigos, personas con las que te cruzas en el parque, etc., creyendo tener soluciones absolutas y rápidas a la crisis, seguros de lo apropiado de su criterio, precisamente diría yo, por el nivel tan superficial de conocimiento que tienen sobre la materia que tratan, ya sea economía a escala global, funcionamiento del sistema sanitario, o lo apropiado o no de las medidas de confinamiento. Todas estas personas creen tener el conocimiento para opinar con cierto fundamento justo por ignorar seguramente el 99% de los factores que lo hacen tan complejo.

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Una última curiosidad, Dunning y Kruger ganaron el premio Ig Nobel en el año 2000 por su trabajo científico. Los premios Ig Nobel son una parodia estadounidense del premio Nobel. Se entregan cada año (desde 1991) a principios de octubre para reconocer los logros de diez grupos de científicos que «primero hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar». La investigación de Dunning y Kruger ha pasado a la historia como muy relevante y en el campo de la psicología social sigue siendo un referente al describir con bastante acierto la propia naturaleza humana.

Notas

Enlace al paper original de los autores del efecto Dunning-Kruger. El Principio de Peter sobre la incompetencia en las jerarquías. Los premios Ig Nobel desde su comienzo en 1991.

Soñar despierto

¿A alguno de vosotros no se le ha ido la cabeza pensando en algo, desconectando de lo que le rodea y volando con la mente a cualquier tema que le ilusiona o preocupa? Es más, os preguntaría en realidad cuántas veces os pasa al día. A algunos se les pone cara de tonto y a otros de interesante, pero en esos segundos o minutos claramente vuestra mirada está en otro sitio y vuestra cabeza también. Y los que tengáis hijos pequeños, o bien trabajéis como maestros, habréis observado además lo frecuente que es esto en los niños. A este fenómeno psicológico se le conoce como soñar despierto, daydreaming en inglés o más técnicamente mind wandering, que sería algo así como la mente que vaga. 

El fenómeno de soñar despierto en los niños

El fenómeno de soñar despierto en los niños

Pues bien, la últimas investigaciones psicológicas revelan que el fenómeno de soñar despierto es un sólido indicador de un cerebro activo y bien equipado. Ya en 2012, en un estudio de la Universidad de Wisconsin y el Instituto Max Planck, sugerían que esos momentos en los que nuestra mente viaja sola se correlacionan con un mayor funcionamiento de la llamada memoria de trabajo, que está claramente relacionada con nuestra capacidad para retener y evocar información a pesar de que haya cosas que nos distraigan. 

Imaginaros que en 5 minutos os vais a conectar para una reunión por videollamada y tenéis en mente comprobar un cable del router que a veces falla y os deja sin conexión a internet. Pero justo en ese momento, te llama tu madre para preguntarte algo sobre su cuenta del banco. Vuestra capacidad para recordar lo que ibais a hacer justo antes de esa llamada distractora depende en gran parte de vuestra memoria de trabajo.

En uno de los experimentos que hicieron con los participantes querían medir precisamente la relación entre la capacidad de la memoria de trabajo y la tendencia a soñar despiertos. Para hacerlo, prepararon una serie de tareas extremadamente sencillas y aburridas, en una de ellas tenían que apretar un botón cada vez que vieran una letra aparecer en pantalla. Este tipo de tareas sabemos que facilita que nuestra mente vague por asuntos más interesantes, en vista de un panorama tan soporífero. Pues bien, en el experimento a la vez que intentaban matar a los sujetos experimentales de aburrimiento, cada poco tiempo comprobaban cuánta atención estaban prestando a la tarea experimental. Les interrumpían para preguntarles por las series de letras que les habían presentado metiendo entre medias problemas matemáticos sencillos que dificultaran la tarea de recordar. En aquel momento, fue una sorpresa para los investigadores encontrar que aquellos participantes que más soñaron despiertos, los que más momentos tuvieron de quedarse absortos en sus pensamientos, obtuvieron mejores resultados en las pruebas para medir memoria de trabajo. Y ¿por qué ocurre esto? Lo que sugieren estas investigaciones es que cuando estamos enfrascados en una tarea sencilla, nos quedan muchos recursos atencionales a nuestra disposición para pensar en otras cosas diferentes a lo que estamos haciendo. Cuando hablamos además de ocupaciones o tareas rutinarias y muy automatizadas, como lo es por ejemplo conducir, tenemos esa capacidad extra para estar pensando en mil cosas más, casi sin ser conscientes del hecho en sí mismo de estar conduciendo. 

Durante mucho tiempo la memoria de trabajo ha estado relacionada con medidas de inteligencia, como el CI o Coeficiente Intelectual, pero en este estudio que comento ya se empezaba a mostrar como la memoria de trabajo esta también relacionada con nuestra tendencia a pensar más allá de lo que nos rodea en el momento. Es algo así como que nuestra mente intentar recolocar los recursos atencionales en aquello que es más relevante, que no siempre es la tarea que tenemos delante en el momento.

Y no es que aquellos que más sueñan despiertos tengan menos capacidad para centrarse en el momento, sino que pueden decidir también priorizar lo que están haciendo en el presente usando toda la memoria de trabajo para ello si fuera necesario.

Al soñar despiertos nos alejamos del momento presente, ya sea con preocupaciones o fantasías. En los últimos años, varios grupos de investigación han empezado a programar modelos por ordenador que tratan de simular este fenómeno de soñar despierto, especialmente porque piensan que nos puede dar más pistas acerca de cómo funciona nuestro cerebro. El modelo trata de representar lo que ocurre cuando nuestra cabeza esta en modo reposo o en funcionamiento. 

Ya hace años, justo yo acababa la carrera, a final de los años 90, los neurocientíficos identificaron que incluso cuando nuestra mente está “desocupada” por decirlo de alguna forma, el cerebro sigue enviando impulsos. Esta es la red neuronal por defecto, de la que ya os he hablado en alguna ocasión. Son un conjunto de estructuras cerebrales que actúan cuando estamos en modo reposo, sería algo así como el ralentí del cerebro. Es la actividad cerebral que mostramos cuando no estamos haciendo ninguna tarea específica, son actividades mentales más inconscientes que tienen que ver en gran parte con la identidad de la persona. De una forma más coloquial algunos lo llaman el mundo interno que tenemos al margen de los estímulos que vienen de fuera.

Estos momentos en los que nuestra mente sueña, divaga, imagina y viaja a otro lugar, sabemos además que desconectan otras áreas del cerebro, que tiene dos sistemas de funcionamiento, el sistema frio y el caliente. Ya sabéis, el frio es el analítico que nos ayuda a tomar decisiones más racionales, y el sistema caliente más relacionado con las emociones, los impulsos, también con la conexión con otras personas. Os hablé de esto en el artículo sobre Sistemas Cognitivos para quien quiera saber más. En muchas ocasiones, estos dos sistemas no pueden trabajar a la vez. Si tenemos delante una tarea más cognitiva, que requiere por ejemplo el uso de la lógica, el sistema caliente deja de estar tan activo, digamos que no es el momento de conectar con lo emocional. Igualmente es habitual que nos cueste analizar de manera razonable una situación si tenemos una gran activación emocional, más relacionada además con un estado de alerta o peligro que nos impulsa a actuar para protegernos, huir o luchar.

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La creatividad se ve potenciada al soñar despiertos

Lo interesante del asunto, y es algo que no me esperaba al revisar los estudios, es que cuando soñamos despiertos, nuestro cerebro conecta y desconecta estos dos sistemas de forma alternativa. En un mismo lapso de tiempo de 30 segundos en los que nuestra mente vuela, podemos estar una parte en modo analítico y otra parte en modo emocional. Esta especie de alternancia, o de diálogo entre los dos sistemas del cerebro, parece explicar por qué nos sobrevienen ideas nuevas, más creativas, o que incluso nos ayuden a solucionar un problema o tomar una determinación. Es esa típica situación en la que ves a alguien absorto, con la mirada ida, y un momento después te dice “ya lo tengo” o “ he tomado una decisión”. Así que al soñar despiertos las ideas fluyen libremente por la mente, conseguimos un estado de metaconsciencia, algo que como os cuento, aumenta más la creatividad de los pensamientos.

Vamos ahora con las malas noticias. Parece que la misma región del cerebro estimulada durante los momentos en los que la mente vaga, es la que también se activa cuando estamos rumiando. Si estáis con frecuencia en vuestros pensamientos y desconectados de lo que estáis haciendo en cada momento, y si esos pensamientos son preocupaciones que estáis anticipando del futuro, o si estáis repasando mentalmente experiencias dolorosas o recuerdos negativos, os enfrentáis a un típico problema de mente agitada, algo que suele generarnos ansiedad, bloqueo o tristeza si se mantiene en el tiempo más de la cuenta. Y más de la cuenta es la clave, me habéis escuchado más de una vez criticar que no se nos permita sentir emociones negativas, en parte por la moda happy de sentirnos siempre realizados y felices. Entonces, la idea es que nos interesa ser conscientes del momento soñar despierto e incluso provocarlo deliberadamente, pero también identificar y parar los momentos rumiación que nos pueden generar tanta ansiedad y tristeza.

Llegados a este punto, si veis que se os va de las manos y no os funciona nada, los psicoterapeutas cuentan con todo un arsenal de ideas y herramientas para emplear mucho antes de que os planteéis tirar la toalla o poneros en manos de los psicofármacos.

No lo he comentado todavía, pero parece obvio que con un exceso de distracción, si estamos todo el día en la inopia, en la luna de Valencia, pues no sólo nos vamos a perder cosas del momento presente, sino que seguramente vamos a tener problemas  en nuestra vida. Hay que aclarar que una cosa es la distracción generada por la mente que vaga por nuestro mundo interior, y otra el exceso de distracción que proviene de lo que nos rodea. ¿Os suena? Móviles y pantallas captando continuamente nuestra atención. Hace algunos años era habitual observar en cualquier sala de espera, a personas haciendo tiempo con caras que miraban a ningún sitio y absortas en sus pensamientos. Si acaso antes de llegar a ese punto se había dedicado antes un rato a repasar las revistas sobre moda, cocina o coches, cada uno con su tema. Pero no son sólo esas situaciones, esto se extendía a muchos otros momentos del día, en los que no era raro leerse toda la caja de cereales mientras se desayunaba y ante lo poco estimulante de la tarea sobrevenía de nuevo el fenómeno primero del aburrimiento y luego de soñar despiertos. Esto es algo que yo diría que todavía hoy en día ocurre en momentos de contacto con la naturaleza, como escapadas al campo, la montaña o la playa, siempre con un condicionante, que el teléfono móvil no esté presente.

La naturaleza genera más beneficios de los que pensamos sobre nuestra mente

La naturaleza genera más beneficios de los que pensamos sobre nuestra mente

Todo los perjuicios del uso excesivos de pantallas ya lo traté en artículo sobre la Psicología de los Videojuegos, y cómo pueden ser un problema no sólo cuando interfieren en casi todas nuestras ocupaciones, sino en procesos mentales espontáneos como el soñar despierto. También como decía al principio conecta mucho con todo lo que ya os conté sobre el aburrimiento, como fenómeno necesario que nos lleva a procesos creativos y de pensamiento libre.

En resumen, podemos distraernos de algo que estemos haciendo, bien por soñar despiertos, o bien por poner el foco en otra cosa diferente que nos rodea y de esta forma nos perjudica al distraernos, sobre todo si ocurre constantemente, como con los móviles.

Y os hago una pregunta ahora, ¿sabéis que es lo opuesto a la mente que vaga libremente, distanciada del momento y del ahora, del exceso de distracción? Pues el exceso de focalización o la hiperfocalización. Este está siendo en los últimos años uno de los enfoques que se plantea para ser más productivos, como forma de combatir las permanentes distracciones, sobre todo como digo las que provienen de las pantallas y apps que nos rodean. Es una estrategia que nos empuja a dirigir nuestra atención selectiva a una tarea concreta. Y en muchas ocasiones puede ser más que útil para acabar por ejemplo algún trabajo, informe, o presentación que tengamos que entregar. Pero un exceso de focalización tiene también su precio. Especialmente puede limitar nuestras ideas más creativas o la capacidad para llegar a soluciones más originales. De hecho uno de los estudios que he localizado de 2015 encuentra que la incapacidad para filtrar distracciones externas correlaciona con la habilidad para encontrar soluciones novedosas a los problemas. Otros estudios han encontrado evidencia consistente de que adultos con trastornos por déficit de atención tienen un rendimiento excepcional generando nuevas ideas y siendo creativos cuando tienen que solucionar problemas.

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La hiperfocalizacion también puede generarnos problemas

Volviendo a la red neuronal por defecto, recuerdo por si alguien se ha perdido: la actividad cerebral que mostramos cuando no estamos haciendo ninguna tarea específica, pues los escáneres cerebrales muestran que al estar muy focalizados esta red no se estimula en absoluto. Cuando esta red esta activa es cuando tomamos decisiones importantes y damos sentido a nuestras historias personales, conectando experiencias pasadas con sueños de futuro. Estar hiperfocalizados desactiva estos circuitos priorizando  que se saque la tarea adelante y ahora.

Una de las ideas que más me gustan en relación a esto, es la de introducir pausas o descansos haciendo algo que no tenga nada que ver con la tarea en la que estamos focalizados y que requiera poco esfuerzo mental. Es una mezcla entre cambiar el foco y activar el modo ralentí del cerebro. En situaciones experimentales se ha visto repetidamente cómo aumentamos la probabilidad de dar con ideas más ingeniosas y originales al meter estos tiempos de desconexión en nuestro trabajo. 

Así que una de las conclusiones es que parece interesante cambiar entre modo de atención selectiva, de hiperfocalización; y el modo soñar despiertos, en el que parece que hay beneficios al aumentar nuestra creatividad y capacidad para encontrar soluciones, además de activar el modo metaconsciencia que nos permite reenfocar las situaciones por las que atrevesamos y también reconstruir nuestras historias personales.

Notas

Investigación de 2012 de la Universidad de Wisconsin y el Instituto Max Planck. Investigación sobre el llamado “Mind Wandering” del Instituto Tecnológico de Georgia. Estudio sobre la relación entre distracciones y generación de nuevas soluciones. Maurizio Corbetta en uno de sus artículos sobre la red neuronal por defecto.

Iatrogenia

En estas últimas semanas nuestras vidas han cambiado mucho. Por una parte, el miedo colectivo al contagio propio, o de personas cercanas que tengan más riesgos, especialmente personas mayores o con patologías médicas. Es una especie de paranoia generalizada que se alimenta al ver las noticias o al salir a comprar: algo que se ha convertido en una experiencia extraña, personas que mantienen la distancia y casi no se hablan, además de mascarillas, guantes e incluso gafas protectoras, que escenifican una especie de apocalipsis para muchos. Ha surgido también una sensación de fragilidad y vulnerabilidad que gran parte de la sociedad tenía adormecida. Sentimos que nuestros trabajos peligran, nuestro estatus económico, y gran cantidad de comodidades que dábamos por hecho como una conquista que no íbamos a perder. En unos pocos días, algunos ven cómo se desploma esa seguridad que depositábamos en un estilo de vida que nos garantizaba cosas que ahora no tenemos seguras. En el mejor de los casos, vivimos un cierto nivel de incertidumbre sobre nuestro futuro más inmediato. A todo esto sumamos el confinamiento en nuestras casas. Todo un cambio en nuestras rutinas, privados de algo que ahora apreciamos tanto, precisamente porque nos falta. 

No hay que ser psicólogo para imaginar que cualquiera de estos elementos puede aumentar nuestro nivel de estrés y ansiedad, además de generar pensamientos obsesivos y negativos de todo tipo. Y posiblemente también esta situación de alarma mundial ya está provocando cambios en nuestra mentalidad, cambios positivos, quizás ver algunos temas con una nueva óptica, de mayor conciencia y realismo. Algunos incluso están disfrutando de esta sobredosis de convivencia familiar, otros de su soledad y aislamiento.

Y ante tanto desconcierto e incertidumbre, surge la necesidad de informar y orientar a la población. Algo que hacen los gobiernos, los medios de comunicación convencionales y también los contemporáneos, youtubers, instagramers, tuiteros, influencers en general y también podcasters. 

En mi caso, además de podcaster, como psicoterapeuta, y si sigo la corriente imperante, me tocaría elaborar mi correspondiente decálogo de estrategias psicológicas para enfrentar la crisis del coronavirus. No lo voy a hacer, no sólo porque ya hay cientos circulando por internet, sino porque seguramente haría poco bien a aquellos que lo leyeran. Voy a hablaros de la iatrogenia en psicología, que se refiere al perjuicio o daño que podemos ocasionar los profesionales de la salud cuando realizamos una intervención. Sí, no hay tratamiento psicológico libre de riesgos, con un 100% de efectividad, y aunque no se habla mucho de ello, obviamente hay un número de casos en los que hacemos más daño que bien. 

La cuestión es que en la situación actual de crisis, un exceso desmedido de intervención por parte de los psicólogos (aunque bien intencionada), puede generar problemas que muchos no están calculando. El apoyo psicológico puede tener por supuesto el efecto de aliviar al otro, aunque especialmente en una situación de crisis como la actual podemos ,si no tenemos cuidado, patologizar una respuesta adaptativa normal y saludable. ¿Cómo puede ser eso? Siendo paternalistas e infantilizando a la población, generando dependencias innecesarias en el “experto”, que corre a decirnos cómo actuar, cómo pensar o cómo sentir. A veces incluso podemos cometer el error de poner tanto el foco en el individuo que lo acabamos culpabilizando de todos sus males, centrándonos en que adopten otra actitud y filosofía ante las circunstancias, en que tengan mayor estabilidad emocional, etc. Y acabamos así convirtiendo una injusticia social en un problema personal. En un momento en el que todos estamos desarrollando estrategias de adaptación y afrontamiento, tal vez no necesitamos que una trupe de psicólogos vengan con un montón de recomendaciones sobre lo que creen que hay que hacer. Y también tengo que decirlo: Nadie sabe nada a ciencia cierta acerca de los cambios a los que podemos enfrentarnos en los próximos meses y años. Podemos imaginar y predecir con mayor o menor tino, pero esta sociedad conectada todo el día a internet y redes sociales nunca antes se había enfrentado a algo como esta situación. Así que es nuevo, para todos.

Cuando los psicólogos intentan modular la respuesta adaptativa de cada persona en su situación, que siempre es única y diferente, podemos pecar de ser sobreprotectores no dejando ese espacio y tiempo para que cada uno encuentre su propia manera de encarar las dificultades. De esto va la iatrogenia en gran medida. Y para muchos es desconocida además la prevención cuaternaria, que se encarga precisamente de evitar o minimizar las consecuencias de una intervención excesiva o innecesaria del sistema de salud.

En contra de lo que parecen plantear muchos psicólogos que salen en los medios cada día, una situación de crisis no implica necesariamente desarrollar un problema psicológico. Y sin embargo, en las últimas décadas parece que hemos construido una sociedad con personas frágiles y vulnerables, que tienen que ser rescatadas, ayudadas y orientadas constantemente por la ciencia y la tecnología, como forma de salir adelante cuando hay dificultades. Vamos que estamos convirtiendo a la gente en gilipollas, con perdón. Hemos dejado de creer en la propia capacidad de las personas para salir adelante con la ayuda de sus estrategias y aprendizajes del pasado, junto con sus relaciones familiares, sociales y laborales.

En general, tengo que decir que en las últimas semanas veo cómo de manera espontánea las personas han generado nuevas conexiones sociales, personales y familiares, que me parece que son bastante útiles en su día a día, y posiblemente mucho más eficaces que las intervenciones de los profesionales de la salud mental. Todo este recorrido de psicopatologización de la vida cotidiana, de psicologizar todo lo que nos ocurre, venimos sufriéndolo desde hace mucho tiempo. Cada poco nos venden un nuevo diagnóstico que tenemos que tener en cuenta, vigorexia si nos obsesionamos con el gimnasio, el síndrome postvacacional en septiembre, y así ad infinitum. Y yo cada vez que veo a un psicólogo entrevistado en la tele vendiéndonos esa moto… me avergüenzo en silencio y cambio de canal.

Entendedme bien, los tratamientos psicológicos hace años que demostraron su eficacia. La psicoterapia funciona más allá del efecto placebo o cualquier charlatán que se presente como coach después de hacer un curso de 100 horas. El mercado sanitario actual nos lleva a un intervencionismo diagnóstico y terapéutico, que puede ocasionar más mal que bien. La intervención de un experto al que no le piden ayuda puede acabar siendo una especie de certificación de la incompetencia de las personas para salir adelante por sí mismas. Volviendo a los famosos decálogos sobre cómo tenemos que enfrentar la situación de confinamiento, me temo que muchos puedan pensar que los profesionales se están apropiando del sentido común, dando por hecho que los ciudadanos no tienen criterio y se lo tenemos que explicar nosotros.

Y por supuesto que habrá personas que activamente busquen la ayuda de un profesional, que de verdad se encuentren desbordadas y bloqueadas, momento en el que creo que los psicólogos debemos estar preparados y receptivos para hacer lo que sabemos hacer. Intuyo que tras la pandemia igualmente vamos a tener trabajo, especialmente porque durante el confinamiento se está desatendiendo a personas que tienen problemas mentales que ya requerían ayuda antes de que comenzara. Además del posible efecto negativo de mantener durante semanas dinámicas familiares o de pareja conflictivas. También están los que viven en estos días un aislamiento mayor del habitual. Tampoco necesitamos expertos que nos confirmen que aumentará el sufrimiento y las dificultades de todas aquellas personas que han perdido su trabajo o reducidos sus ingresos de golpe. Y ya empezamos también a ser conscientes de cómo algunas familias están perdiendo a seres queridos sin haberse podido ni siquiera despedir de ellos por las condiciones de aislamiento. Los profesionales que nos están salvando de esta situación exponiéndose a un gran riesgo de contagio también podrán necesitar en un futuro ayuda psicológica… o no. Ahora lo que piden son más medios y recursos para hacer bien su trabajo, y va a depender más de eso creo yo para sigan adelante con sus vidas cuando superemos la crisis. 

Esta es mi experiencia en las últimas semanas haciendo psicoterapia por videollamada: Al margen de los casos que veía de forma presencial antes de la crisis con los que he seguido trabajando, me han hecho peticiones de ayuda más relacionadas con el afrontamiento de la crisis por el COVID-19. En general, se trataba de momentos de duelo muy difíciles, o de una elevada incertidumbre y ansiedad agravada por la situación de confinamiento o soledad. 

No soy seguramente el único que piensa que esta situación de alarma mundial nos va a cambiar tal vez más de lo que creemos, en muchos de los rituales y prácticas que manteníamos en nuestras vidas hasta hace escasamente un mes. Desde la forma de saludarnos y despedirnos hasta nuevos rituales en los entierros. Creo que además podemos sacar algún que otro beneficio, por ejemplo veo algunos cambios en redes sociales como Facebook, propietaria también de Instagram y Whatsapp, que por fin parece tomarse en serio el problema de las noticias falsas a las que se les ha dado tanta vía libre durante años. 

La iatrogenia, el tema de hoy, es en definitiva un factor que tendríamos que tener más en cuenta los profesionales. Tenemos que hacer mucho todavía por ser algo más críticos con estas prácticas que damos por hecho y empezar a cambiar esto en lo que se ha convertido la psicología como profesión: Dar consejos y educar a la población permanentemente. Una pretensión en la que pecamos de arrogantes, con el peligro que he intentado plantear en este artículo, que las personas no se hagan cargo de sus vidas, de intentar enfrentar y adaptarse a las diferentes circunstancias y dificultades, por las continuas orientaciones y consejos que le llegan de tantos sitios, de manera que al final pueda calar ese mensaje de que las personas necesitan expertos que opinen continuamente sobre lo que tienen que hacer y lo que no.

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